Me decía un viejo funcionario hace muchos años, que con la llegada de los interinos la administración se descabalaba. Creo que tenía razón, en parte, también soy de la opinión que en estos tiempos buena parte de su desenfoque en la gestión está propiciado por esencias políticas.
Pongamos que hablo de Madrid, del “Paisaje de la luz”, considerado Patrimonio mundial.
A qué viene el buscarle tres pies al gato pensando en la tala de 70 frondosos ejemplares, entre ellos los cedros monumentales, que el propio ayuntamiento los ha catalogado como singulares. ¿Puede que, también, para echarle la culpa al presidente del gobierno? ¿Puede que sea necesario desviar la atención de algo de mayor interés? ¿Pudiera ser que les importa un pepino todo lo que huela a UNESCO y a cultura?
Este mes nos hemos levantado con otra propuesta que a muchos se nos antoja poco seria. Se trata de eliminar el nombre de unos jardines en el paseo de la Castellana de Madrid, en pleno distrito de Chamartín. Así es, la concejal presidente del distrito propuso eliminar el nombre de Jardines de las Bellas Artes por el de Jardines de la Transición Española.
Unos hablan de que la transición duró tres años, en 1976 se hizo la Reforma Política, en 1977, llegaron las elecciones generales libres, tras cuarenta años, luego la Ley de Amnistía y en 1978 la Constitución.
Algunos cuentan que la Transición fue de 1975 a 1982, después de abandonar la UCD a Adolfo Suarez, tras el intento de golpe frustrado en 1981 y un año después la llegada de las segundas elecciones generales con la mayoría absoluta de la izquierda y triunfo del PSOE.
Otros son de la opinión que vivimos en una continua transición.
¿Qué intenta resaltar este cambio de nombre de unos jardines? Quizá la manía institucional que se le tiene a la cultura, a las Bellas Artes y lo obsoletas que estas están en el ámbito social, propiciadas desde antes de la transición, en el periodo que se guste elegir, en aquel distrito de Chamartín y en aquella ciudad de Madrid, donde solo hay cultura de primera, la cultura vecinal, la de proximidad, la cultura pública, apenas existe.
En aquel distrito hay más de 140.000 vecinos y solo cuenta con un aforo de butacas inferior a las trescientas en los Centros Culturales.
Ese mismo distrito cuenta con solo dos bibliotecas públicas, que la tercera dedicada a la literatura infantil se cerró hace muchos años. Donde no existe una escuela municipal de artes escénicas: danza, teatro, mimo… El distrito cuenta solo con una sala de exposiciones, las salas de teatro y cine deslumbran por su ausencia. Un distrito con pocas esculturas en espacios abiertos. Unos espacios infrautilizados, ya que en las mañanas se deberían ofrecer eventos culturales, ya fuera para colegios ya para aquellas personas que trabajan o cuidan de los suyos en turno de tarde.
Puestos a ser críticos, diría que tienen muchas cosas por hacer en el distrito, pero, o no le dejan o no sabe gestionar, por ese motivo, lo dicho en el refrán: Cuando el diablo no tiene que hacer…
Y surge una pregunta sin respuesta: ¿En lugar de conseguir acercar la cultura a los vecinos del distrito y aumentar el número de Centros Culturales, a que viene eliminar el nombre de unos jardines? Puede tener muchos significados, puede ser que, si los vecinos no reclaman un nuevo nombre dedicado a las Bellas Artes, en el próximo Pleno de la Junta municipal del distrito, caiga el nombre de otra plaza, de otro parque. Recordemos que ese distrito es el único que cuenta con un monumento dedicado a “Enterrar la guerra”, levantado por suscripción popular, tirado porque sí y vuelto a levantar por la presión vecinal.
Entiendo que espacio tan obsoleto para homenajear a las Bellas Artes en Madrid, resulte criticable por sus escuetas dimensiones y, por tanto, se quiera dar el nombre a otro espacio ajardinado de mayor tamaño. Espero que los vecinos decidan cual sería ese punto dedicado a recordar a las Bellas Artes. En algún momento se propuso esa denominación, en la época de los Consejos municipales distritales, hace ya más de una década. Se propuso el jardín que está en la calle Padre Claret. Puede que esta vez la Junta municipal, se haga eco de esa petición vecinal o de sus representantes políticos.
Algo que no sale tan caro y es fácil de gestionar gracias a las nuevas aplicaciones tecnológicas: Mediante un código QR, colocado en cada calle, el ciudadano podría conocer a quien se homenajea en esa calle, parque o jardín: Ros de Olano, el de gorro militar. Saturnino Calleja, el de los cuentos infantiles. López de Hoyos, el preceptor de un tal Cervantes…
La cultura no tiene por qué ser cara, aunque hay mucho cara que rapta la cultura para poder manipular mejor a los vecindarios.
Recordemos que sin conocimiento no hay espíritu crítico, pero tampoco cívico.
Fdo: Emilio Meseguer Endériz
Totalmente de acuerdo,como siempre.