Hablamos con José María Vitier

La Habana, 7 de enero de 1954, es un músico cubano. Hijo de los poetas Cintio Vitier y Fina García Marruz, cursó sus primeros estudios en el Conservatorio Amadeo Roldán. Su trabajo recoge un amplio espectro, pues ha escrito música para diferentes medios como televisión, teatro, cine y radio. Formó parte del Grupo Síntesis en sus inicios. Muchas de sus composiciones están basadas en canciones populares o en versos de notables poetas, como, por ejemplo: Bosque, Caballito, Canción de otoño, Cizaña, Cortesía Décima, Déjame tomar asiento, El aire que te rodea, Ilusión de realidad.

También es autor e intérprete de bandas sonoras de filmes como Fresa y Chocolate, El Siglo de las luces, Cosas que deje en la Habana, entre otras. También es autor del tema musical del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de la Habana.

Muchísimas gracias José María Vitier por concedernos esta entrevista. Bienvenido al Gato Negro.

Nuestra revista es literaria, pero tenemos un apartado que se llama, ¨Otra forma de hacer literatura¨ ¿Cómo ve usted la relación entre componer y escribir?

Puede decirse que crecí y me formé como músico rodeado de libros y escritura. Mi piano de niño estaba en permanente contrapunto con el sonido de un tecleo incesante de las (dos) máquinas de escribir de mis padres. Todo mi entorno cercano era el de la creación literaria y el oficio de escribir. Cuando empecé a componer sentí claramente que yo también entraba en ese mundo de escribientes. Muchísimos años después he intentado escribir poesía, y siento que música y literatura son un mismo lenguaje hecho de signos, sonidos, palabras y silencios.

En las entrevistas siempre nos encanta recordar la infancia. ¿Cuáles son los libros que atesoraba y leía el niño José María y las primeras músicas que escuchó de pequeño?

Con los libros, (como ocurre también con la música) los primero, antes de leer, fue escuchar. Y eso me remite a la voz de mi madre, que me leía cada noche cuentos (seguramente Grimm, Anderson, Perrault.) que casi nunca llegaban al final, porque el sueño llegaba primero. (Con ella aprendí a leer y a escribir antes de entrar a la escuela). Cuando ya pude leer por mí mismo recuerdo nítidamente la emoción de leer y releer libros como “La Isla del Tesoro”, y especialmente “El llamado de la selva” de London. También.” Robinson Crusoe”, “La isla Misteriosa” (yo era más de Verne, mi hermano de Salgari, ya desde entonces). Leía insaciablemente y las dos bibliotecas de casa (la de mis padres y la de mi abuelo Medardo) eran una tentación irresistible. Así que tomaba cuanto libro me permitiera mi estatura, y así me leí muchísima literatura (sobre todo textos filosóficos) que no era capaz de comprender entonces (e incluso, me temo que todavía)  pero que abrieron mi apetito por lo desconocido hasta el sol de hoy.  

Con la música ocurría que en casa se oía mucha y muy diversa.  Tengo que agradecer el amplio diapasón del gusto musical de mis padres que escuchaban con igual veneración a Bach, Vivaldi o Beethoven que a Edith Piaf, Benny o Bola). Pero el impacto más perdurable fue sin duda escuchar en vivo a mi abuela Josefina tocar el piano de las reuniones familiares, especialmente cuando se juntaba con papá y tocaban la Sonata Primavera de Beethoven. Creo que ahí se decidió todo.

Si usted no fuera pianista. ¿Qué le hubiera gustado ser?

Antes solía tener varias respuestas a esa pregunta. A estas alturas, si he de ser sincero, no sé.

¿Cuándo se enamoró del piano?

No creo estar enamorado del piano. Me gusta pensar que somos amigos. Es una amistad antigua y profunda. Más bien me enamoré de la Música.   Y el Piano es como ese amigo que no puedes olvidar, porque un día te presentó a la que sería tu amor.

José María Vitier

¿Por qué el piano?

En realidad, no tengo una respuesta clara sobre esto. Había dos pianistas profesionales en la familia, mi abuela Josefina y mi tío Felipe Dulzaides, los dos, muy diferentes, pero ambos muy buenos referentes musicales, y personalidades de gran carisma personal, que me impresionaron muy favorablemente (mi abuela en mi niñez, y Felipe a partir de mi juventud). Desde el principio sentí que el piano era capaz de expresar muchas cosas, y que era algo que valía la pena intentar. No fue nunca un sacrificio verlo incluso ocupar el tiempo de mis juegos infantiles. Fue siempre un placer. Luego mi relación con él no siempre fue fácil. Es un instrumento muy demandante y muy posesivo, pero creo que con el tiempo esa relación se ha ido afinando. Se ha vuelto más equilibrada. Consensual. Creo que he aprendido a escucharlo y, cuando calla, a comprender su silencio. A veces he sentido, también, que él me comprende…Como dije antes, es una profunda relación de amistad. Todo lo apasionada que puede ser una amistad.

¿Es de Fresa o de chocolate? ¿Qué sintió la primera vez que vio la película y escuchó su música con las imágenes?

Soy decididamente más del Chocolate. Pero me gusta saber que hay sabores para cada gusto.

La película sigue siendo hermosa, valiente y necesaria, como el primer día o más aún. Recuerdo el emocionante estreno en el Festival de La Habana, aquella conmoción, y la gratitud de haber sido parte de ese momento de nuestra cultura.

Y aquel Abrazo final que nos hizo a todos mejores.

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