Avisa Carlos J. Rascón, autor de esta novela, Las máscaras del diablo, que las ilustraciones están realizadas por él mismo con la tan famosa desde hace poco Inteligencia Artificial. A esa forma de inteligencia que no sabemos hacia dónde nos llevará, pues estamos en su prehistoria casi, opone el autor, claro está, su inteligencia literaria sin aditamentos tecnológicos. Por lo pronto, nos avisa de que no la IA, sino un eminente profesor ha revisado la obra: Ahmed Oubali, ex catedrático de Semiótica de Textos en la Universidad de Tetuán, de Teorías Contemporáneas de la traducción en la Facultad Rey Fahd de Traducción de Tánger y profesor de idiomas en la prestigiosa escuela superior de ingeniería ESTEM de Casablanca. Ahí es nada, ya sólo queda ponerse a escribir o, nosotros, a leer.
Así, nada más empezar, en los paratextos como la dedicatoria o un breve prólogo, Carlos J. Rascón nos indica su carácter irónico y juguetón: “Este libro se lo dedico al que fue el héroe de mi hijo Edgar cuando era pequeño: Carlos J. Rascón” y luego, “Si has llegado aquí esperando que te de algunas pistas sobre lo que trata este libro, te has equivocado, eso lo tendrás que descubrir por ti mismo”. Empieza a gustarnos este juego -dirá el lector-, pero vamos al grano, a lo que vamos, al texto en sí. Uno, que ha impartido en Filología once años la asignatura “Teoría de la Literatura”, cree, no obstante, que todo lo que no es el texto en sí es interesante y significativo (portada, tipo de letra, fotografías, dedicatoria, prólogo…)
Los capítulos tienen títulos a menudo tan sugerentes y atractivos, como “La Taberna”, “El funeral”, “El sueño”, etc. Todo empieza en Gijón, según dice, el 10 de noviembre de 1930 en el penal de “El Coto”. Y de esta estremecedora manera: “A media noche igual que lobos aullando, oía al viento colarse por las rendijas de la ventana, algunas veces me parecía el llanto de espíritus errantes vagando sin rumbo; otras, quejidos de sufrimiento aterradores, como de ultratumba o venidos del más allá. Con espanto a mi mente acuden los fantasmas que unas noches atrás, con luna clara, vinieron a visitarme; me dijeron que no me queda mucho de estar en este infierno y que el reino de los muertos se estaba abriendo para mí”. Lobos y vientos aulladores, espíritus errantes, ultratumba, espanto, fantasmas, luna clara, infierno, reino de los muertos… Esto promete -dirán los lectores-, sobre todo los aficionados a los relatos de misterio o terror tipo Poe y otros.
Roberto Salinas Hoz, el protagonista, nos contará su historia, que no vamos a revelar. Desde junio de 1909 el pobre está preso sin saber la causa. Ya con eso es bastante para vislumbrar la tragedia de este personaje. Un tal Miguel Munset le narró una historia, dice, como si se tratara de un hechizo o una maldición. Este hombre muere… Noto, amable lector, que estás intrigado y con ganas de leer la obra. Eso es bueno, y no voy a romper ese otro hechizo, milagro diría, contándote detalles.
Me limitaré a algunas cuestiones formales y temáticas. La primera persona nos acerca al aliento vivo y vívido del protagonista, un acierto. Otro es la abundancia de diálogos que dinamizan la lectura y sitúa a los personajes sin intermediarios. Sencillez expresiva, lenguaje directo, descripciones las justas y eficaces, en fin, un libro, una novela que deleitará al lector, sobre todo a aquel interesado en la intriga.
Sobre el autor
Carlos J. Rascón es un escritor palentino que en la actualidad reside en Benidorm (Alicante). Dirige el diario digital “Luz Cultural” desde 2013. Máster en Marketing, Programador web y Diseñador gráfico. Ha publicado las novelas El Despertar del Peregrino (2004) y Hetzabel la Cíngara (2006), así como los poemarios Recuerdos (2010), La Niña de las Mareas, y Antología Poética. Esta novela que comentamos, Las máscaras del diablo, une lo diabólico, profecías que se cumplen, el poder del amor, el hechizo -de la vida, de la muerte, del amor-, secuestros y tema carcelario, la hipocresía social y, por supuesto, diferentes clases sociales y un contexto histórico determinado.