Entrevista a Roxana Pineda

Actriz, directora e investigadora. Licenciada en Teatrología y Dramaturgia del Instituto Superior de Arte de la Habana, Cuba, en 1985, donde ejerció la docencia por cinco años. Master en Dirección Escénica por el Instituto Superior de Arte de la Habana, Cuba (2018). Escribe y publica regularmente en revistas especializadas cubanas y extranjeras artículos sobre pensamiento teatral.

Fundadora en 1989 junto a Joel Sáez del grupo Estudio Teatral de Santa Clara, laboratorio permanente de creación e investigación escénica, donde trabajó por 25 años.

Coautora del libro Palabras desde el silencio que recoge en artículos los primeros diez años de trabajo del Estudio Teatral.

Directora del Centro de Investigaciones Teatrales Odiseo (CITO), y del Festival Magdalena sin Fronteras asociado a la red internacional de Mujeres en Teatro Magdalena Project. Profesora de la Escuela Profesional de Arte de Villa Clara y profesora adjunta de la Facultad de Humanidades de la Universidad Central de Villa Clara.

Hola Roxana, bienvenida al Gato Negro.

¿Cuán importante es el mundo literario para una actriz?

La literatura es un universo infinito. La buena literatura es otra vida que te espera, te hace preguntas y te deja ausentarte de la vida real, mientras esa otra realidad te sacude de tantas formas. Para una actriz es un pozo profundo que te permite activar la memoria y un caudal de asociaciones que valen oro cuando enfrentas un proceso de creación teatral. Partas o no de un texto escrito, ya sea una obra teatral, un cuento o una leyenda; partas tan solo de un tema que necesitas investigar para hacer crecer la estructura y los niveles narrativos de obra teatral; sea cual fuere el género o la tendencia artística o la forma de apropiación de tu teatro, siempre es útil lo que llevas dentro. Leer es un acto de amplificación que te permitirá siempre ir más  lejos. Alguien dijo que la verdadera inteligencia es la capacidad de asociar. Me parece que sí, me gusta esa definición. Un actor que no lee puede actuar, claro está. Pero un actor que lee tiene seguramente muchas más herramientas para crear sus propias asociaciones. También si ve cine. También si escucha música. También si conoce hacia dónde va el mundo donde vive. Pero bueno, me preguntaste sobre la literatura y sí, la literatura es un arma esencial para la dimensión asociativa de una actriz. Me gustaba mucho leer desde que era una niña. Siendo muy pequeña escribí cuentos. No escribía para escribir literatura, escribía para vivir otras situaciones. Y algo de eso nunca me abandonó aunque no fuese siempre a través de la literatura.

¿Soñaba la niña Roxana con ser actriz?

La niña no soñaba ser actriz, no me lo planteaba de esa forma. La niña disfrutaba inmensamente ese juego donde podía interpretar a otros. Desde niña leí muy bien, tenía muy buena dicción y una memoria impresionante. De modo que me escogían para hacer personajes en las representaciones de la escuela. En segundo grado hice de la india Guarina. Yo era muy, muy rubia. Y escogieron lógicamente a un niño y una niña de piel canela como solía decirse. El niño, que recuerdo se llamaba Oscar, se aprendió más o menos bien su texto. La niña no pudo, y ya llegaba el día del “acto” en la escuela. Entonces la profesora me dijo que si yo quería hacerlo. Y claro, fui feliz. Mi abuela me hizo un traje de india con saco de yute y un cintillo de yute y plumas. Me maquillaron toda la piel para oscurecerla un poco. Y en un día me aprendí el poema larguísimo que nunca más olvidé. Fue un éxito en la escuela. Yo solo recuerdo la parte del patio donde se hizo al aire libre, los muchachos apiñados para ver y las maestras orgullosas de su india rubia. No solo se decían palabras. Era una versión cantada. Y yo recité y canté. Tenía 7 años. “Con un cocuyo en la mano, y un gran tabaco en la boca, un indio desde una roca miraba el cielo cubano. La noche el monte y el llano, con su negro manto visten… tiemblan del monte las brumas y susurran las yagrumas, mientras él suspira triste. Un silbido se escapó de sus labios y al momento con pausado movimiento una indiana apareció, cuando a la roca subió el indio ante ella se inclina fue su frente peregrina el umbral de su embeleso…oyese el rumor de un beso y le dijo adiós Guarina…”

Recuerdo que me emocionaba mucho al hacerlo. Los versos son hermosos, y créeme que la niña que yo era podía percibir el sentido que había en esas palabras. Entonces recité, canté y representé a Guarina. Para mí era una sola cosa, y así, sin saberlo, lo descubro ahora mientras te lo cuento, estaba enamorándome de lo que significa representar. Era muy gracioso porque el niño padecía una timidez extrema, y yo, que fui siempre muy pasional, le daba notas y lo empujaba para que actuara mejor. El niño se negaba a darme el beso hasta que yo convencí. Era un beso blanco claro, en la cara, pero sin el beso nada tenía sentido. Sé que lloré en aquel ejercicio tan hermoso de mi escuela primaria Mártires de Valle Grande, que quedaba en 19, entre 12 y 14 en el Vedado. Esa fue mi primera incursión teatral.

«Siendo muy pequeña escribí cuentos. No escribía para escribir literatura, escribía para vivir otras situaciones. Y algo de eso nunca me abandonó aunque no fuese siempre a través de la literatura».

En mi otra escuela primaria Ormani Arenado, a solo una cuadra de aquella en la calle 17, también hice muchas actividades. Fui jefe de escuela en tercer grado y corresponsal de escuela en cuarto y sanitaria en sexto. Eso te habla de mi sentido de liderazgo. Leía casi siempre en los matutinos, era líder cada vez que había que preparar algo para el día del maestro o celebrar alguna efeméride. En Ormani Arenado, que había sido antiguamente escuela de monjas, había un teatro inmenso, con escenario y hasta camerinos. Y se usaba mucho. Guardo como un tesoro el montaje de Bebé y el señor Don Pomposo. No recuerdo el nombre de la profesora que lo dirigió. Pero se hizo con todo. Personajes con vestuario, escenografía. Con sencillez pero con toda dignidad. Y claro, a mí me vistieron con una bata blanca preciosa. Y nunca salía del escenario, porque decidieron que yo era la “narradora” mientras los sucesos se representaban. Y la narradora era la que más letra tenía. Y yo, tan orgullosa y nerviosa, narraba mientras veía en mi mente toda aquella historia encantadora. Toda mi vida de estudiante está habitada por esos sucesos.

En mi casa me disfrazaba siempre. En la escalera o en la azotea me permitía ser otras personas con mucha intensidad. Y adoraba los espejos. No me miraba a mí. Miraba en mí a otros.

Como ves, no me decía quiero ser actriz,  pero el mundo de la representación ya me tenía atrapada. Era una manera de vivir intensamente.

¿Cuándo sintió por primera vez la certeza, de que actuar era su camino?

Cuando estaba cursando el 10mo grado en el pre Saúl Delgado del Vedado, un amigo que ya estaba en 12 me habló de una carrera nueva que estaban inaugurando. Se trataba de Teatrología-Dramaturgia en el recién inaugurado Instituto Superior de Arte de la Habana. Yo no tenía muy claro todavía qué era, pero algo me decía que por allí estaba mi camino. Yo quería estudiar letras, siempre sentí una inclinación hacia ese mundo y había leído mucho ya para mi edad. Iba mucho al teatro, al cine, tenía una necesidad de saber. Consumía también buena música, y no sé, había algo que necesitaba encontrar, un vacío, una curiosidad. Cuando llegué a 12 grado ya sabía que Teatrología era una carrera teórica, para ser crítico teatral. Mi amigo estaba estudiando allí. Pero supe que también se estudiaba actuación. En mi más recóndito deseo quería optar por las dos carreras, estudiar actuación me parecía una aventura preciosa. Pero me dejé aconsejar por personas muy queridas para mí en ese momento y solo opté por Teatrología. Y aprobé.

En el ISA dábamos clases de actuación. Mi profesor fue Ignacio Gutiérrez. Y eran mis horas más felices. En esa época el ISA era un hervidero, y teníamos mucha relación con los estudiantes de actuación. Los alumnos de actuación de mi año fueron los fundadores del grupo Buendía. Las horas que pasé en el aula de Flora Lauten forman parte de mi identidad como artista. Yo descubrí allí el teatro y me quedé definitivamente obnubilada por aquello. Fueron los años inolvidables de El principito en ese montaje precioso de Flora con sus alumnos. Fui parte de ese proceso. Me sabía algunos personajes de memoria. Quise hacer la zorra… Estaba en segundo año de la carrera. Y para mí el mundo de la actuación ya estaba en mi sangre. Fui una buena alumna. Pero me salía siempre de los marcos de mi carrera teórica para acercarme al mundo de la creación en vivo. Así formé parte de un taller con Vicente Revuelta: “La Maza”. “La Maza” fue también una revista de crítica teatral hecha por un grupo de estudiantes. Con Vicente volé tan lejos, viví momentos tan inenarrables. Y ahí me dije que era imposible no ser actriz. Pero me lo dije bajito, porque mi destino aparente no me conducía a eso. Luego vino mi colaboración con Herminia Sánchez y el grupo de actuación al que ella le daba clases en el ISA. Allí, por una casualidad, doblé a la actriz que hacía el papel protagónico en la obra de mi compañero de aula Salvador Lemis, Galápago. Muchos se sorprendieron. Y Herminia, una de las actrices cubanas más grandes de todos los tiempos, me abrazó y me dijo: “pero si tú eres una actriz”. Y ahí ya no hubo vuelta atrás. Me ubicaron como profesora en el ISA. Participé entonces en el famoso Taller que dirigiera allí Helmo Hernández Trejo, y en ese Taller mis alas crecieron y yo no quería otra cosa que ser actriz. Ya me dolía no serlo. Y fui abandonando poco a poco mi deseo de estar en otros círculos y me fui preparando para ese salto. Lo demás es la historia conocida. Allí conocí a Joel y cuando ya comenzamos a tener una vida juntos decidimos que íbamos a crear un grupo y claro, yo iba a ser actriz. Es una síntesis apretada pero te puedes llevar una idea.

Siendo apenas una muchacha, se traslada para Santa Clara a hacer teatro. ¿Qué la motiva a tomar esa decisión?

Yo estaba viviendo un proceso de radicalización en cuanto a lo que quería en la vida. Fui una persona muy activa en el mundo estudiantil del ISA, y mantuve siempre una relación intensa con el movimiento teatral del momento. Al mismo tiempo cultivé la pasión por el pensamiento crítico, y al juntarse todo eso, yo necesitaba un cambio radical. También atravesaba una situación familiar compleja en ese momento y era como si el signo de la vida me empujara limpiamente a ese cambio. Y yo de veras me sentí arrojada a buscar ese camino. Cuando el Taller de Helmo terminó de la forma incómoda que lo hizo, yo sufrí mucho el vacío que me dejaba. Con Helmito (Helmo Hernández Trejo) el techo de nuestras aspiraciones artísticas y humanas voló muy alto. Comenzamos a sentir que no encajábamos en el contexto del teatro al que íbamos a entrar. No nos reconocíamos allí. Con Helmo conocimos la experiencia del Odín Teatret de Dinamarca y estudiamos lo que significaba el entrenamiento del actor. Estudiábamos con una voracidad impresionante. Y pasábamos de los estudios teóricos al trabajo práctico con esa sensación de caminar en un terreno desconocido para abrir otras puertas. Fueron días inolvidables que guardaré como un patrimonio precioso de mi vida.

Con todo eso a cuestas había que hacer algo. No era posible quedarse quieto. Y ni Joel ni yo queríamos quedarnos en ese momento en la Habana. En ese momento no era muy fácil que aprobaran un proyecto a unos jóvenes sin aval profesional. La misma aprobación del grupo Buendía fue toda una odisea. Y la verdad no nos gustaba mucho el ambiente teatral de la Habana, porque nosotros queríamos sumergirnos para trabajar e investigar como burros, eso era lo que más nos ilusionaba. Y ahí surgió la idea de irnos a Santa Clara, la ciudad de Joel, donde su padre Fernando Sáez podía ampararnos oficialmente como miembros de su grupo Teatro 2, aunque nosotros íbamos a ser un grupo independiente. Joel Sáez sabe cuánto lo presioné para irnos a Santa Clara y crear nuestro Proyecto. Para mí era una urgencia. Y algo parecido a la felicidad lo sentí cuando por fin dejé mi plaza de profesora en el ISA y mudé mi vida a la ciudad de Santa Clara para crear el 19 de octubre de 1989, el Estudio Teatral de Santa Clara.

Bueno, para que el lector entienda me has hecho esa pregunta a sabiendas de que soy habanera y crecí y me hice mujer en esa mi ciudad.

¿Cómo recuerda su primera puesta en escena?            

Cuando me preguntas eso viene a mi mente rápidamente El lance de David, la primera puesta en escena del Estudio Teatral de Santa Clara, dirigida por Joel Sáez. Esa fue la primera obra que hicimos en el grupo y fue como el sueño añorado. Llegar al resultado final implicó un arduo, difícil, tenso y agotador trabajo de dos largos años. Estrenar El lance de David significó un suceso emocional muy fuerte para nosotros. La obra resultaba un ser extraño en nuestro entorno, algo diferente, y haciéndola me sentía una niña dichosa. Nadie puede imaginar lo que se escondía debajo de esa historia de dos jóvenes enfrentando el mundo desde la ilusión de ser mejores. Nadie suponía la enorme cantidad de trabajo y de tropiezos, de estudio y entrenamientos de toda índole que allí se condensaron. Yo amo actuar, pero amo también el proceso en el momento de las invenciones, cuando todavía todo son preguntas y uno tiene que ir improvisando literalmente cada tema. El lance de David fue nuestra carta de presentación en el panorama del teatro cubano de los noventa. Mi recuerdo se traduce en algo muy personal, en la respuesta amorosa y dolorosa de nosotros enfrentados a la soledad y al silencio. Sin embargo, todo lo que veo a lo lejos es aquella pasión infinita por hacer del teatro algo digno, esencial y hermoso, conmovedor y por qué no, trascedente. En la sala del tercer piso del Teatro La Caridad hay una enorme cantidad de sudor y dolores físicos de Fernando Sáez (Nandy), Joel Sáez y Roxana Pineda. Trabajábamos hasta 11 horas diarias. No sé cómo fuimos capaces de semejante hazaña. Yo tuve linfangitis en un brazo, luego una tendinitis en una mano, y hasta un esguince cervical. En los cortos recesos no queríamos ni merendar, prefería aprovechar los minutos para dormir y relajar los músculos. Era una locura. Una locura hermosa. Mi primera puesta en escena es El Lance de David. Y me veo joven, llena de fuerza y hermosa, destilando pasión, temerosa de mis respuestas y al mismo tiempo con ganas de seguir adelante. Cuánta felicidad sentía cada vez que podíamos hacer funciones. Qué orgullo poder llamarme actriz. Volví a nacer con ese espectáculo. Mi inteligencia fue otra. Mi cuerpo fue otro. Caminaba sintiendo el peso de ese espectáculo y de todo el proceso de formación a que nos habíamos sometido sin misericordia. Y ver al público ahí delante y tan cerca. Nada se le parece. Solo es parecido a lo mejores días del amor.

Digo que tuve varias primeras obras porque antes de fundar el Estudio, tuve algunas incursiones que dejaron una huella en mí y fueron condicionando mi deseo de llegar a hacer teatro. La primera vez que sentí el golpe del hueco negro fue en un Lunes de Teatro que se hizo en la sala Hubert de Blanck, sede entonces del mítico grupo Teatro Estudio, en la Habana. Sería 1984 y yo formaba parte del grupo de jóvenes que Vicente Revuelta había decidido incluir en la reposición de Galileo Galilei, de Bertolt Brecht. Ese Lunes de Teatro fue la presentación pública de lo que Vicente llamó el Coro, el grupo de jóvenes que significaban la alternativa a los actores ya establecidos de Teatro Estudio. Veníamos de algunos ensayos donde Vicente nos exigió abordar alguno de los personajes de la obra. Yo escogí Señora Sarti. Tengo muy clara la sensación tan fuerte que sentí cuando ya en escena miré hacia donde se suponía estaba el público. El teatro estaba repleto, pero yo solo sentía como una fuerte respiración y una atmósfera muy tensa como si algo fuese a rajarse. Y eso me gustó. Era terrible y gustoso al mismo tiempo. Y yo descubrí esa sensación y ya no quise que me abandonara nunca.

Mi otra vez fue con Galápago, dirigida por Liuba Cid, entonces estudiante de actuación. La obra la hacíamos en espacios abiertos, en las márgenes de algún río sucio, y era una obra completa. Participé mucho en esa obra, en las decisiones del montaje, en sugerencias para los personajes. Y fui autora de Galy, el personaje protagónico que yo interpretaba. En esa época estaba recién graduada del ISA y mi actuación fue una sorpresa para todos. Con Galy yo era fuego, desplegué mucha energía física y disfruté mucho la compañía de aquellos actores y la posibilidad de girar a Santa Clara y a Cienfuegos con el espectáculo.

Hay hasta una portada de la revista Tablas con una foto en la que claro, yo aparezco. Por mi trabajo en Galápago Joel Sáez me propuso para hacer un personaje en una obra que dirigió su padre, Fernando Sáez, con su proyecto Teatro 2 de Santa Clara,  y que debía participar en uno de los festivales de teatro más importantes de Latinoamérica, el Festival Internacional de Teatro de Londrina. La obra marcó también un suceso en el teatro cubano de los ochenta, yo creo que eso se produjo por la visión de Joel que trabajó junto a su padre y volcó allí todo lo que le había suscitado su paso por el Taller de Helmo. La actriz que hacía el personaje en El Hijo (así se llamaba la obra), Carmen Pallas, tenía problemas de salud y no podía ir. Cuando Fernando y Joel muy protocolarmente se reunieron conmigo y me hicieron la propuesta les dije que no, que yo no me sentía capaz de hacer ese trabajo tan serio y muchísimo menos sustituir a una actriz de la talla de Carmen Pallas. De verdad no me sentía capaz, me daba terror solo pensarlo. Y me convencieron por lo importante que era para el grupo no perder esa oportunidad única de confrontación. Me fui para Santa Clara un mes y trabajé sin descanso. Me vi crecer a mí misma. Y adoré el trabajo con un grupo profesional. Y me fui con ellos de gira a Brasil y a Ecuador, y tuve experiencias que no olvidaré nunca interpretando ese personaje de La madre. Era muy joven, pero cuando me subía al escenario había una fuerza salvaje en mí que me desbordaba. Y eso no lo he perdido.

¿Qué ha significado Estudio Teatral en su vida?

Querrás decir qué significa…A veces, cuando hablo con mis actores ahora, suelo decir “y en el Estudio…” hablando de mi grupo actual.  Muchas veces se me va el nombre todavía. Y es lógico. Fueron más de veinte años. Y no es solo un problema de cantidad, aunque veinte años pesan, es sobre todo lo que significa esa experiencia en nuestras vidas. Estudio Teatral es la concreción de un sueño. Es el proyecto de vida de tres jóvenes que querían escribir su propia historia y sin pedir permiso y a contrapelo de todas las dificultades, se desbarataron trabajando para construir la imagen de un grupo donde la batalla por la vida se encarnaba en sus espectáculos. Por eso cada espectáculo es como una guerra, y en cada guerra hay que desplegar nuevas estrategias para que el enemigo que duerme dentro de nosotros mismos no pueda vencernos. Estudio Teatral es la prueba de que la luz puede instalarse aunque la oscuridad aceche. Estudio Teatral es el hijo que no tuve. Es la época de mis mejores ilusiones, de mis mejores amores, de mis más arrebatadores sueños. Estudio Teatral fue la constancia de que el ser humano necesita poco para ser feliz, y a pesar de contratiempos, hoyos negros y deslealtades, fuimos felices, quizás no éramos conscientes de cuánto. Y en Estudio Teatral me hice la actriz que soy. Allí nació y creció y alcanzó una identidad la actriz que soy. Y allí también dejé todo lo que soy. En cada obra. En cada acción emprendida con tanta ilusión que nunca me abandonó. Estudio Teatral fue mi proyecto de vida. No tengo tiempo físico para repetir una historia de creación así. He tenido otras. Tendré otras. Pero Estudio Teatral será siempre ese espacio privilegiado donde todo comenzó a nacer y todo tomó su cuerpo. Y está claro que eso lo llevaré hasta el último día de vida sobre esta tierra. Y se irá conmigo a donde sea que vayamos. No bastarán las palabras para explicarlo. Cuando estoy en escena es más visible. Eso es también Estudio Teatral.

¿Alguna vez ha valorado escribir un libro sobre su experiencia de vida?

No lo he pensado así. Me gusta escribir pero no lo he pensado así.

Piel de Violetas, ¿volvería Roxana a regalarnos Ofelia?

Las cosas tienen su tiempo. Hay ciclos que se abren y ciclos que se cierran. Piel de Violetas fue un espectáculo muy importante en la biografía del Estudio Teatral y en mi vida como actriz. Me trajo muchos momentos gratos, y otros ingratos, pero yo solo recuerdo de verdad el mundo que Ofelia se construyó para sobrevivir a tanta miseria humana. Tuve un tiempo donde no quise hacerlo más y lo guardé. Después de dos años volví a hacerlo unas cuantas veces. Piel de Violetas nació por la necesidad del grupo de dar fe de vida en un momento donde volvimos a ser solo tres. Muchos actores pasaron por el Estudio, pero pocos permanecían. El reto mayor era enfrentar el rigor de trabajo sistemático, y también una forma diferente de concebir lo teatral. Chocábamos mucho con lo establecido, y resulta muy difícil, todavía, acostumbrarse a la idea de que en el teatro también se necesita trabajar fuerte para lograr lo que deseas, si lo que deseas no es simplemente coquetear con el oficio. Piel de Violetas fue un atrevimiento artístico porque yo era una actriz en desarrollo pero joven todavía con respecto a la propia cultura que íbamos inventando en el grupo. Pero lo enfrentamos y salió un espectáculo fuerte y vulnerable al mismo tiempo. Estar casi una hora en escena sola, con una condición física que exploraba fundamentalmente la intensidad en los ritmos y las acciones, fue duro. Sin embargo yo crecí con ese proceso porque fui también autora del personaje junto a mi director. Y allí comenzó a perfilarse una identidad que ya asomaba en nuestros espectáculos. Fue un experimento actoral por el tipo de improvisaciones que establecimos para encontrar los materiales escénicos, y fue un experimento estructural por la forma en que el director tramó las secuencias de acciones. Confieso que a veces me sentí agobiada y tuve que repensar cómo improvisar, o cómo coordinarme entera en cada acción o escena. Pero la atmósfera de Piel me sobrecoge, y las palabras que seleccionamos de la obra Hamlet de Shakespeare me permitían viajar muy lejos. Defendí a Ofelia de ese mundo poblado de hombres. Encontré para ella un espacio único que la hiciera poder hablar sin miedo y su locura y su amor quedan en este espectáculo como un tributo. Hay mucha ternura dentro de Ofelia, tanto amor para dar. Por eso muere. Porque nada hay peor que no poder tener un espacio para depositar el amor que purifica, el amor que es la única cosa que nos salva. Que nos usen como objeto de amor para manipular la vida, no, esa es una carga que Ofelia no acepta. Y ella me parece tan vulnerable y tan luminosa…

Hay muchas personas que se sintieron muy atrapados por ese espectáculo. Muchos jóvenes a los cuales ese trabajo los marcó. Eso me recompensa, hace que el trabajo que uno defiende valga la pena. Piel…ha cerrado un ciclo y eso también es hermoso. Pero quién sabe si algún día por recordar lo que fuimos nos aventuramos a hacer alguna función. Ya no soy tan joven…

Teatro La Rosa, actualmente su grupo. ¿Qué la motivó a tomar ese camino, sembrar esa rosa y comenzar un nuevo proyecto?

La vida tiene su curso independientemente de nuestros deseos. A veces te sorprende lo que no esperas y hay que tomar decisiones. Las decisiones sí te pertenecen, son las que hablan de tu biografía personal. Nunca pensé abandonar el Estudio, siempre creí que toda mi vida profesional iba a desarrollarse en ese hábitat. No pudo ser. Y hay que salvar las cosas más valiosas. Entonces, por motivos que nada tienen que ver con la traición ni las bajas pasiones, tuve que alejarme del proyecto al que le di mi vida, ese espacio que ayudé a construir y en el que volqué todos mis sueños de juventud. Teatro La Rosa es mi elección para seguir haciendo vida en el único territorio donde me reconozco entera: el teatro. Lo he dicho muchas veces, soy un animal del escenario, moriría si dejo de actuar. Uno puede estar muerto aunque el corazón no deje de latir, así que como no tengo vocación suicida fundé mi propio proyecto en julio de 2014. Ya desde antes se había despertado en mí la necesidad de dirigir, era como otra forma de estructurar muchas ansiedades, y con mi experiencia de tantos años, algo me desbordaba, y quise enfrentar la dirección. Lo había hecho ya dentro del Estudio con alumnos de la escuela de arte, y cuando me dirigí yo misma en Hojas de Papel volando. Sin embargo, era casi como algo alternativo. Cuando fundé La Rosa me puse delante de un gran reto, tenía que liderar el destino de un grupo teatral, y eso es mucho más que dirigir una obra de teatro. Sabía todo lo que estaba poniendo en riesgo, pero en ese momento me llenó de ilusión el hecho de comenzar una nueva aventura de vida creativa. Y además no tenía opciones, porque yo no iba a dejar el teatro. A veces tu crecimiento personal necesita un entorno distinto para poder desarrollarse. Nunca he tenido necesidad de reconocimiento público, no padezco de egocentrismo, los que me conocen lo saben, pero yo tenía la necesidad de crear mis espectáculos, de probar ese camino que me resultaba atractivo. Y las circunstancias me abrieron esa puerta. No fue agradable del todo. Fue un comienzo de mucha tristeza y angustia por todo lo que dejaba, un golpe duro que tuve que afrontar con valentía sin mirar atrás. A pesar de lo difícil de los primeros días el tiempo me ayudó a equilibrar las cosas, y ahora creo que fue una decisión correcta. Ahora, sí quiero dejar claro que tomé esa decisión como resultado de circunstancias muy precisas y no como un reclamo de espacio contestatario.

¿Cuánto significado ha cobrado esa Rosa y ese proyecto para usted como actriz y directora?

Traje conmigo una disciplina de trabajo de la que me es difícil zafarme. Dije en el momento de presentación pública del proyecto que no sabía si abría o cerraba una puerta. Me han seguido algunos actores jóvenes de los que de pronto fui totalmente responsable. Tuve que hacer un impass como actriz para poder organizar la vida del grupo, diseñar su contexto de trabajo y apuntalar su identidad artística. Soy hija de mi tiempo en el Estudio Teatral aunque voy descubriendo una escritura escénica particular que creo me identifica. Eso también es parte de un patrimonio que fui estructurando dentro del Estudio y que ahora está en mis manos totalmente. El hecho de ser la responsable máxima de un colectivo me obliga a ceder mi tiempo, a pensar en los demás. Eso es bueno y es malo. Malo porque yo me concibo como una actriz que dirige, no podría dejar de estar sobre el escenario. Y autodirigirme es un proceso altamente doloroso y molesto. Pero estoy en ese momento. Han transcurrido ocho años sin que me diera cuenta. Y siento que he hecho muy poco en ocho años. He tenido que disponer de mucho tiempo para organizar y volver a organizar el grupo. Empleé tiempo en formar actores jóvenes que se fueron yendo por diversos motivos y lo peor del éxodo es el tiempo que pierdes, el trabajo que pierdes, porque eso no se recupera más. Sin embargo, a pesar de todos los contratiempos, hemos logrado articular una célula creativa de base con la que hemos podido ir investigando un lenguaje, una manera de tramar y el aliento artístico del Teatro La Rosa. Los dos años de pandemia han sido terribles para esa estabilidad. Y los tiempos cambian. Siento que aquello que me impulsó a fundar el Estudio con tanta fuerza no funciona ya cuando necesito estimular a mis actores. Me sorprendo cambiando la ruta hacia un itinerario que a veces no me identifica. Son sutilezas que solo quiero expresar así de forma general para analizarlo como filosóficamente, como una postura ante la vida.

Cuando comencé mi trabajo con La Rosa dije a los actores que teníamos que hacer un espectáculo como presentación. Ese espectáculo fue Apócrifas o Todas son María, que se apoderó del personaje María Magdalena para adentrarse en las preguntas sobre la presencia femenina en nuestro entorno espiritual y social. Fue un proceso arduo y largo de ocho meses. Un espectáculo unipersonal con la actriz Eylen de León que venía también del Estudio, y a la que le exigí mucho. Ahí me propuse ir a fondo en una investigación que suponía definir las premisas de La Rosa para encarar sus aventuras creativas. Y el resultado está ahí y nos satisface mucho.

Tuve que dejar de actuar para concentrarme en el montaje y en la preparación de la actriz, pero entre el proceso de irme del Estudio y el estreno de Apócrifas no me quedé quieta. No pude. Dirigí la reposición de La más fuerte, una versión sobre la obra de Strindberg que había hecho hacía años como graduación de dos alumnas, y que sirvió como presentación pública del nuevo grupo. Y me atreví a realizar algo que vino a mí como un golpe de viento, un performance teatral musical con el grupo Ensemble Raptus de Santa Clara, el guitarrista Fortún y el pianista y arreglista Juan Manuel Campos. Se llamó Te abrazo tristeza. Se estrenó en el Mejunje de Santa Clara y realizó dos funciones en el Teatro La Caridad. Y ahí murió. Para mí fue un soplo de vida, una tabla de salvación que me permitió descubrir un afluente que luego en poco tiempo iba a crecer como un río: la música.

Teatro La Rosa es el campo donde persisto en mi acción de hacer teatro. Y no es un teatro cualquiera, no quiero que sea algo que nace fortuitamente. El teatro que hago me duele y me entusiasma. Cuando dirijo soy una actriz impertinente que vigila cada detalle, lo mismo la perfección de las acciones físicas, que la modulación de las palabras, que la belleza de los objetos o la significación de las imágenes. Me gusta cuidar cada cosa hasta la saciedad, y mis actores han aprendido a soportarme como garantía de que ese proceso nos lleva siempre a un resultado profundo. De modo que La Rosa es el espacio de vida donde puedo decidir cuáles son los principios que no voy a abandonar, sencillamente porque no me da la gana de hacer concesiones ni a mi sentido de la ética ni a mi sentido de disciplina de trabajo, que para mí son la misma cosa. Entonces soy una actriz que añora la escena mientras dirige y cuando dirige lo hace como si actuara. Por eso La Rosa es como un pulmón.

Tengo que decir que los años pesan ya a esta altura de mi vida. Y eso me hace echar a un lado lo que no me interesa. No puedo perder tiempo. El que me queda es muy preciado para desperdiciarlo. Entonces siento que tengo que encontrar un equilibrio entre la actriz que soy y la directora que me he visto obligada a ser. Por eso trato de que mis actores sean cada vez más independientes desde el punto de vista creativo, y flexibilizo nuestras estrategias de trabajo para, sin perder el rumbo de lo esencial, que cada uno de nosotros pueda diseñar otras labores fuera del grupo, o dentro de él pero sin mí. Esto es algo nuevo y que estoy dispuesta a proteger.

Yo, como una especie de antídoto, he desplegado una vida artística como actriz que me doy cuenta es como un escape a lo que me identifica. He comenzado a trabajar con músicos. He dirigido Las Venas abiertas, un espectáculo con dos músicos excepcionales que me han acompañado y han logrado que yo crezca en ese espectáculo. Yo canto y ellos actúan. Y ese espectáculo ha recorrido Cuba, ha estado en Ecuador y Colombia, y se ha presentado en todos los municipios de Villa Clara, siempre con una respuesta muy cálida de los públicos. La música ha estado siempre presente en mi vida, y yo siento que ahí hay un elemento que me obsesiona y a través del cual puedo exorcizar muchas cosas que necesito sacar de mí.

Tenemos muchos proyectos en La Rosa. Vamos a ver si las circunstancias nos permiten estabilizarnos y seguir juntos y crear todo lo que deseamos crear.

“Aquiles frente al espejo”, un obra que tuve el privilegio de ver, estrenada en tiempos muy duros de pandemia. ¿Cómo se sintió al tener un resultado de tanto trabajo en medio de una situación tan compleja?

Quizás ya hemos borrado un poco lo que significó aislarse, encerrarse en la casa y no poder trabajar. Para un teatrista eso es una herejía. Tuvimos que parar en seco porque se trataba de salvar la vida. La pandemia puso en escena muchas preguntas sobre la naturaleza del trabajo, sobre el sentido de lo que hacemos y el por qué lo hacemos. Fue como quedarse mudos. Hubo un momento en que ya no me fue posible aceptar esa especie de mortandad y como éramos pocos en el grupo, tomamos todas las medidas y pudimos ir al espacio y trabajar. Fue el momento de cierta quietud de la enfermedad y solo en esas condiciones se permitió a algunos grupos trabajar. Y ahí comenzamos, retomamos el proceso de Aquiles… Este espectáculo tuvo un proceso sumamente fragmentado. Hubo muchas interrupciones. Pero a pesar de eso, insistimos en encontrar el hilo para articular nuestras preguntas alrededor del personaje mítico. Otra vez exigí al actor más joven del grupo asumir esa responsabilidad, en el intento de tener varias obras sin comprometer a nuestro escueto elenco. Trabajamos muy duro. Pero todas esas contingencias fueron decidiendo el sentido de una investigación escénica real. Lo que ves en el espectáculo no fue decidido a priori, es el resultado de cientos de improvisaciones que el actor tuvo que inventar respondiendo a cientos de temas que yo como directora le entregaba. En la escena fuimos descubriendo a nuestro Aquiles, dialogando con él; fuimos descubriendo incluso las preguntas que le hacíamos para orientar nuestra sensibilidad actual. Cuando veo el espectáculo me asombra su capacidad para dialogar con el presente, un diálogo complejo pero real y fuerte. Y me enorgullece que hayamos logrado violentar la pandemia creando una obra artística así. Solo pudimos estrenarla y hacer cinco funciones, porque volvieron a cerrar el país en el segundo rebrote de la pandemia. Pero ya era diferente, porque habíamos logrado un espectáculo que nos complacía.

Un grupo sin espectáculos está a medias. Me obsesiona la necesidad de tener espectáculos que dialoguen con nuestra realidad sin concesiones a la banalidad. Me obsesiona poder tomarle el pulso a mi época sin abandonar el lenguaje artístico como arma de esa introspección.

Dorian Díaz de Villegas, el actor que interpreta Aquiles, tiene aquí un trabajo inmenso y duro. A veces me asusta verlo y me falta el aire cuando lo veo sudar. Pero creo que él debe sentirse pleno defendiendo una obra así, tan compleja y tan conmovedora al mismo tiempo. Ha sido una prueba de fuego para él y lo ha obligado a crecer conociendo mucho más su oficio. Es un espectáculo muy joven que ojalá pueda confrontarse un poco más.

¿Alguna obra que tenga pendiente como actriz o directora que no haya podido hacer aún y representa un anhelo?

No. He dicho en varias entrevistas que mi deseo de ser actriz nunca ha estado relacionado con la necesidad de hacer personajes o desdoblarme o que me conozcan. Ni siquiera he pensado nunca en hacer pruebas para hacer televisión o cine. Nunca me imaginé fuera del teatro. Y es que actuar para mí es una forma de existir en la intensidad. Cada vez que salgo a escena salgo a descubrir el territorio de los sujetos que represento como si fuese la primera vez. Casi nunca veo a las personas del público, me pierdo en la estructura de la obra y recorro ese camino como si me perdiera en el bosque. Toda mi energía se pone en juego para vivir desde la sangre esa experiencia real de estar presente. Y como he tenido la ventaja de ser una actriz que participa en la construcción de sus personaje con toda libertad, pues he encontrado casi siempre una satisfacción en el acto de representar. No añoro personaje alguno. Añoro la escena. Venga quien venga. No sé por qué últimamente me ha asaltado la idea del cine como un misterio que me hubiese gustado abordar. Debe ser que ya tengo muchos años y que muchas cosas se derrumban a mi alrededor, y quizás me coloco lejos, en una situación donde nunca pensé colocarme. Para mí el teatro es mi mundo, y si tengo el teatro puedo sobrevivir todas las tormentas.

Como directora no me hago esa pregunta. Como directora tengo que dirigir y encontrar algo que me toque el alma, porque si no me moviliza no puedo trabajar. Y no siempre me resulta fácil encontrar estímulos que me levanten del suelo. Pero esa es mi responsabilidad, encontrarlos.

Además de actuar y dirigir, ¿en cuáles proyectos está ahora mismo vinculada?

Doy clases de actuación en la Escuela de Arte de Villa Clara, a los alumnos de primer año. Por razones de salud interrumpí el proyecto de un concierto performático con la excelente guitarrista Esther Martínez. No quiero dejar de cantar porque es algo que me limpia el espíritu, y es una forma de anclarme a mis ancestros familiares. Es un camino que me permite respirar mejor. Tengo que montar la obra de una autora argentina muy joven que se nombra Natalia Andrea Buyatti. La obra se llama Franco en pedazos y fue ganadora en Argentina del proyecto La escritura de las diferencias en su IX edición. Me convocaron como directora y acepté el reto.

Mantengo un espacio habitual el cuarto viernes de cada mes en La Casa de la Ciudad de Santa Clara que he llamado De fe me muero.

Sueño algunos proyectos que guardo para no anunciar lo que todavía no sé si pueda ser. Colaboro hasta donde puedo con BAC, que es una organización de protección animal que tiene grupos en toda la isla. Adoro los animales y si tuviera mucho dinero quisiera construir un refugio para los animales callejeros.

Para quien desee adentrarse en el maravilloso  y sacrificado mundo del teatro, ¿qué palabras tiene Roxana Pineda?

Cada persona espera algo diferente de la vida. No todos tenemos la misma inspiración para abrir los caminos que nos definirán. Que el teatro sea un arte sacrificado no es un axioma. Para muchos es algo muy cómodo y hasta provechoso. Mi experiencia es lo único que cuenta cuando hablo sobre el teatro. Nunca he podido separar lo que hago de lo que soy. No puedo imaginar el teatro sin un acto de entrega que compromete tu cuerpo y tu intelecto. Es un goce porque se trata del privilegio de inventar las imágenes de una realidad que muchas veces tiene su propia autonomía, incluso cuando su significación se adhiere a tu contexto real. Mi teatro es un proyecto de vida y eso es lo que trato de inculcar a los más jóvenes. Que sirva para algo noble lo que hacemos, que implique la toma de partido por un ser humano mejor, más digno, más íntegro. Que el teatro que hacemos conmueva y sea como una bofetada a la estupidez y a la banalidad. Y eso solo se logra con mucho trabajo. Entonces ese es mi consejo. Que no pierdan la capacidad de querer saber. Que no se vuelvan repetidores de tanta tontería. Que estudien, que aprendan a elegir y a tener un pensamiento crítico sobre las cosas. Que no se dejen manipular por los aplausos. Que se consagren, con alegría y belleza, a cultivar un arte que logre tocar las fibras de tu mundo, proponiendo siempre otra mirada que rompa con  lo establecido y se haga preguntas. No se puede renunciar a la curiosidad ni al compromiso con la vida. El arte tiene que estudiar y probar sus lenguajes, sus técnicas, y sus modos de crear discursos removedores de tanta basura. Y eso solo se consigue trabajando de verdad, estudiando de verdad. Y sin trampas. Con una eticidad que compromete tu vida entera. No sé hacerlo de otra manera así que eso es de lo que puedo hablar. Y sé que esta forma de entender la vida, o el arte, puede sonar arcaica. Entonces que cada cual sea responsable de lo que hace. Y ya veremos.

«Cada persona espera algo diferente de la vida. No todos tenemos la misma inspiración para abrir los caminos que nos definirán».

Roxana Pineda

Actriz, directora e investigadora. Licenciada en Teatrología y Dramaturgia del Instituto Superior de Arte de la Habana, Cuba, en 1985, donde ejerció la docencia por cinco años. Master en Dirección Escénica por el Instituto Superior de Arte de la Habana, Cuba (2018). Escribe y publica regularmente en revistas especializadas cubanas y extranjeras artículos sobre pensamiento teatral. Fundadora en 1989 junto a Joel Sáez del grupo Estudio Teatral de Santa Clara, laboratorio permanente de creación e investigación escénica, donde trabajó por 25 años.

Coautora del libro Palabras desde el silencio que recoge en artículos los primeros diez años de trabajo del Estudio Teatral. Directora del Centro de Investigaciones Teatrales Odiseo (CITO), y del Festival Magdalena sin Fronteras asociado a la red internacional de Mujeres en Teatro Magdalena Project. Profesora de la Escuela Profesional de Arte de Villa Clara y profesora adjunta de la Facultad de Humanidades de la Universidad Central de Villa Clara.

Un comentario

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *