El Poder de las Emociones, por Gabriela Castillo

El fenómeno de la somatización es estudiado con rigor científico desde la psiquiatría y la medicina en general. Su base principal es que los trastornos físicos pueden desarrollarse tanto inconscientemente, como consciente y voluntariamente.
La medicina psicosomática está tomando cartas en el asunto aunque no existan resultados concluyentes desde lo físico y lo biológico.
Aristóteles ya afirmaba que las pasiones en general van acompañadas de sensaciones de placer y/o dolor.
Decía que “la ira está acompañada del calentamiento de la sangre cercana la corazón, el temor causa temblor y va aparejado a la palidez y al enfriamiento del cuerpo, y el exceso de agua en el corazón y en la sangre predispone al temor, la vergüenza va acompañada del calor y el rubor, y los impulsos coléricos y los deseos venéreos de alteraciones físicas”.
Alice Miller fue una psicóloga polaca que basó sus estudios y análisis en el maltrato infantil y sus efectos en la sociedad, afirmando que todos los casos de enfermedad mental y crímenes son ocasionadas por traumas y un dolor interno no procesado. Y sostenía que esas dolencias emocionales relacionadas con la violencia familiar pueden generar enfermedades físicas.
Actualmente existe un tratamiento denominado Terapia de Reprocesamiento del Dolor o TRD (Pain Reprocessing Theraphy, PRT) que arroja valiosos resultados sobre el dolor crónico, afirmando que existen conexiones cerebrales anómalas y que el cerebro puede generar dolor en ausencia de una lesión o después de que se haya curado.
También ha demostrado que estas señales se pueden desaprender con el uso de técnicas adecuadas como es el Mindfulness, permitiendo a los pacientes desactivar la señal de dolor, reentrenando el cerebro para que responda a las señales corporales de forma adecuada.
Este estudio devela que diversas regiones del cerebro, sobre todo las relacionadas con la recompensa y el miedo, se activan en los episodios de dolor crónico y agudo.
El neurocientífico Andrew Newberg afirma que el cerebro de los monjes budistas, acostumbrados a practicar la meditación, muestran un menor envejecimiento neuronal, mayor capacidad de memoria y retención e incluso una mejor resistencia a la sensación del dolor.
Sin ir más lejos, ante una situación de angustia que nos genera una conversación por un suceso reciente o del pasado, sentimos el famoso «nudo en la garganta».
De buenas a primeras, la voz se nos estruja y se contraen los músculos del cuello (en concreto, la faringe) generando una sensación de agobio. En mi caso concreto, tener un mal día, una discusión o una preocupación extra, puede ser
fatídico antes de un concierto.
Trabajando con pacientes terminales o bien presenciando terapias de rehabilitación donde el dolor se puede ver en el rostro de la gente, me ha pasado de sentirme angustiada y necesitar hacer una pausa para recuperarme.
Mi función con la música es ofrecer un momento de tranquilidad y de sosiego pero es necesario
llevar un control del propio estado anímico.
Desde mi trabajo musical en hospitales y centros sociosanitarios he presenciado fenómenos realmente sorprendentes. Cuando ingreso a la unidad de terapia intensiva, siempre me pongo en contacto con el personal sanitario que me indica cuáles son los pacientes que pueden escuchar, algunos en estado de semi consciencia, y otros totalmente despiertos y conscientes.
En varias ocasiones, he presenciado casos de urgencia, teniendo que suspender mi actividad, pero también me han pedido que continúe cantando.
Uno de esos momentos ha sido el de un paciente ingresado en la UCI del Hospital Clínico de Valencia. El hombre de unos setenta años sufrió una crisis respiratoria y de inmediato, todo el personal ingresó a su habitación para auxiliarlo.
No recuerdo bien, pero en la habitación había como 5/6 sanitarios. Uno de los enfermeros me gritó: SIGUE CANTANDO !! y yo, que había interrumpido mi música, comencé a cantar desde afuera mientras observaba el arduo trabajo del personal.
De pronto el paciente empezó a cantar pero no a cantar bajito, no ! cantaba como si estuviera dando una serenata bajo el balcón de una moza del pueblo.
Los enfermeros y todo el personal de la Unidad no podían creer lo que estaba pasando. La situación, que no tenía ninguna buena pinta, se descomprimió por completo.
Esta experiencia como tantas que he tenido como música de la salud, no ha sido documentada ni tuve la oportunidad de hacer un seguimiento de ese paciente en concreto.
Sin embargo, me llegan un sin fin de comentarios y testimonios de pacientes, que me confirman el alivio y la paz que sintieron al escuchar una canción.
La música es una herramienta magistral que, dirigida con fines terapéuticos tanto para aliviar el cuerpo como el alma, es indudable y extraordinariamente poderosa.


Gabriela Castillo

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