AMORES CELESTIALES – La historia de Anne Perry

Por Lorena Escobar De La Cruz

Hay verdades universales, aforismos que permanecen a pesar de la impermanencia del tiempo. Como que la luna gira alrededor de la tierra, que la lluvia despierta la melancolía, que el pasado siempre alberga máculas sin limpiar.

Que el amor a veces muere.

Que, el amor, a veces… mata.

En ocasiones, el camino que recorremos en esta broma llamada vida se convierte en un sendero bifurcado, un puñado de baldosas amarillas que se destiñen antes de llegar a ningún lugar. Y si tropezamos, si una de esas rocas deformes provoca nuestra caída, levantarse puede resultar un acto heroico, o una muerte anticipada. A veces esos tropiezos se llevan a alguien por delante, como si las acciones que nos dan forma y sentido no lograsen aislarse de aquellos que nos rodean, los que queremos y nos quieren o los que odiamos y, por ende, no soportan la idea de que existamos. Esta es la historia de uno de esos tropiezos, la historia de una mariposa que batió sus alas para provocar un efecto que alcanzaría tsunamis de ingravidez.

Esta la historia de Anne Perry. Y su cuento de amistad mortal.

Anne Perry es una conocida escritora británica, autora de más de sesenta novelas y otros tantos relatos. De tinte comercial, sus narraciones se sustentan en la novela negra y policíaca, dejando para la posteridad la creación de personajes populares como Thomas Pitt o William Monk. Su primera obra, publicada en 1979, fue el pistoletazo de salida para una carrera literaria compacta y productiva, para una escritora incesante cuyo nombre no sobrepasaba el ámbito de la literatura hasta que…

Hasta que todo salió a la luz.

Fue un por entonces todavía poco conocido Peter Jackson quien, en 1994, ofreció al mundo la verdadera historia de Anne Perry. Criaturas celestiales, la película protagonizada por la Kate Winslet pre Titanic, narraba una fábula sustentada en hechos reales, unos sucesos que setenta años después siguen estremeciendo las pieles adormecidas. El filme contaba la historia de dos adolescentes de Nueva Zelanda; Juliet Hulme, nacida en Reino Unido e hija de Henry y Hilda Hulme, tuvo una infancia marcada por el desarraigo y la enfermedad. La falta de apego con sus padres y sus continuos problemas de salud hicieron de ella una muchacha solitaria, aislada del resto de chicas de su edad, sin embargo, gozaba de una inteligencia extraordinaria y una creatividad envidiable. El trabajo de Henry los hizo trasladarse a Nueva Zelanda donde conoció, en el internado para señoritas Christchurch Girl’s High School, a la que se convertiría en su alma gemela, su inseparable compañera de fatigas, su amiga, su celestial criatura.     

Pauline Parker era hija de Herbert y Honora Rieper. Parker resultaba el apellido de soltera de la madre, y aunque se consideraban a ojos de todo el mundo marido y mujer, los Rieper jamás llegaron a casarse, pues él venía de un matrimonio anterior del que nunca consiguió el divorcio. Con una personalidad complicada, muy solitaria, marcada también por las dolencias y con una vida interior muy compleja, Pauline pronto sintió una irrefrenable admiración por Juliet, a la que consideraba superior en todo, a la que seguía a cualquier parte, a la que quería sin condiciones ni dudas. La relación entre ambas se estrechó tanto que llegaron a crear un mundo paralelo, un universo de fantasía llamado El cuarto mundo donde inventaban personajes ficticios, formulaban historias inventadas, podían ser cualquier cosa, cualquier cosa que la existencia real, opaca, aburrida, diferente a ellas, no les permitía.

Pauline pasaba mucho tiempo en el hogar de los Hulme. Llegó a considerarlos su propia familia. Los padres de Juliet, convencidos de que la relación era beneficiosa para su hija, les permitían a ambas dormir juntas, realizar actividades fuera de casa, ocupar todo el tiempo libre la una con la otra. A la madre de Pauline, Honora, la intensidad de aquella amistad no le resultaba tan comprensible. Las desavenencias con su progenitora eran relatadas por Pauline en su diario, del mismo modo que en las líneas pulcras y ordenadas de sus memorias contaba todo acerca de su relación con Juliet, de su planeta imaginario, de la adoración que le profesaba, de lo diferentes que ambas eran al resto de la humanidad. Las dos en una, simbiosis perfecta, criaturas celestiales en una sociedad repleta de simples mortales.

La complicidad fluía entre ellas, lo hacía la adoración, se creían perfectas en un mundo imperfecto… hasta que llegó el día.

Ese día.

El matrimonio Hulme, roto tiempo atrás, tomaba la decisión de separarse. Para entonces, Hilda ya llevaba meses manteniendo una relación con Water Perry, que posteriormente se convertiría en su pareja oficial. El doctor Hulme quiso regresar a Inglaterra y ambos tomaron la decisión conjunta de enviar a Juliet a Sudáfrica, bajo el cuidado de una tía.

La noticia cayó sobre Pauline como el rocío profana la inocencia del nuevo día.

Aterrada, temblorosa ante la idea de la separación, suplicó a los Hulme que la llevasen con ella. Que la enviaran también a Sudáfrica junto a su amiga, su hermana, su otra mitad.

Sin embargo, había una piedra. Una piedra en ese camino de baldosas que poco a poco se tiñeron de carmesí. Una piedra llamada Honora, Nora para los amigos, que se negó en redondo a que Pauline se marchase. Que puso fin a las fantasías y las enterró de repente en la vida real, en la desfachatez de tener que convertirse en adultas.

Las adolescentes contaban con quince años, y su vida se desmoronaba. Su amor lo hacía.

Pero Pauline no estaba dispuesta a renunciar. No ella, que era la dueña del cuarto mundo, la reina de las fantasías, la poeta de lo imposible. Trazó un plan, un plan que recogió en su diario palabra por palabra. Avisó a Juliet de sus planes… y esta accedió. La una por la otra. Juntas. Eternas. Inseparables.

El veintidós de junio de 1954, Pauline invitó a su madre y a su mejor amiga a dar un paseo por el Parque Victoria. La estrategia consistía en que Juliet tirase una piedra ornamental, previamente obtenida, al suelo, para que la señora Rieper se agachara a mirarla. Entonces Pauline la golpearía con un ladrillo que llevaba en el bolso. Tirarían el cadáver por una ladera, y les dirían a todo el mundo que la muerte fue provocada por una caída.

Pero esas piedras, ese camino, suelen entorpecer la marcha de las personas. Y el plan se vino abajo cuando Honora se defendió del ataque. Y se vino abajo cuando llegó el ensañamiento, y los cuarenta y cinco golpes, y cuando Juliet la sujetó para que Pauline le destrozase la cabeza a la mujer que le había dado la vida. Después, ensangrentadas y enloquecidas, corrieron a dar aviso de lo sucedido.

Y lo sucedido era que ellas vivían. Y Honora Rieper, no.

Los padres de Juliet trataron de apoyar la teoría de la caída, sin embargo, la explicación de las muchachas resultaba inconexa e increíble. Una persona no puede golpearse cuarenta veces contra una piedra, y para sustentar la teoría del asesinato, la policía encontró en el cuarto de Pauline el diario.

El diario en el que se jactaba de que pronto, muy pronto, su madre estaría muerta y ella sería libre. Libre para vivir en su reino celestial.

El juicio fue muy mediático. La brutalidad del crimen alimentó el hambre de los periodistas y las chicas estaban encantadas con la notoriedad. Su única preocupación durante el proceso fue permanecer unidas. Por la época que se trataba, por la edad de ambas, no podían ser sometidas a la pena de muerte, y según la ley neozelandesa, se las condenaba a permanecer detenidas hasta la voluntad de Su majestad. Para sorpresa de todo el mundo, solo cinco años después, en 1959, las dos jóvenes, las amigas, las criaturas celestiales, fueron puestas en libertad.

Juliet Hulme regresó a Inglaterra y se cambió de nombre. Tomó el apellido de su padrastro, se estableció en un pueblo escocés y comenzó, veinte años más tarde, su productiva carrera como escritora.

Pauline Parker también cambió su identidad y tomó el nombre de Hilary Nathan. Tras poder abandonar Nueva Zelanda, años después, viajó a Inglaterra. Apenas 950 kilómetros separaron durante años a las dos amigas. Las dos Criaturas Celestiales. Anne Perry habló por primera vez sobre este crimen en una entrevista en 2005. Desde entonces, y hasta su muerte en abril de este mismo año, rogó incesantemente que no se la recordase por esa piedra en el camino. Que su pasado quedase atrás. Que no removiesen las cadenas de sus fantasmas.

Sobre Pauline, poco más se sabe. También se desconoce si ambas volvieron a tener contacto alguna vez en la vida. Separadas por unos centenares de kilómetros. Separadas por un aire arrepentido de clamar venganza.

Y es que a veces, nuestras baldosas amarillas no son tan amarillas, ni tan alegres, ni están tan limpias. A veces el camino pare rocas y las rocas nos arrancan gritos que pueden escucharse en la cara oculta de la luna.

A veces el amor muere.

Y, otras tantas veces… mata.

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