Secretos de Familia

Desde Buenos Aires, Carlos Eduardo Díaz nos ha enviado este relato homenaje a El Gato Negro de Edgar Allan Poe. Esperamos que disfruten de la lectura tanto como nosotros.

Un hombre camina en las penumbras de la noche. La escasa luminosidad de unas pocas lámparas que aún no han sido destruidas por las pandillas barriales hace que  transitar esas calles de los suburbios resulte una experiencia inquietante. Una tenue pero persistente llovizna intensifica aún más la hostilidad reinante en el ambiente. De pronto el sujeto en cuestión detiene su andar y observa perturbado aquel sitio que le es tan familiar. Se trata de la antigua casona donde habitó junto a su joven esposa, la última descendiente de una familia que durante varias generaciones habían sido sus propietarios. Ahora se encuentra vacía, casi en ruinas, abandonada luego de los trágicos sucesos que pronto se revelarán.


En uno de los grandes ventanales ubicados en la planta alta del edificio se observa un punto luminoso que adquiere movimiento. Es la señal acordada para el ingreso del hombre al amplio y tenebroso patio, luego de atravesar una vieja y oxidada estructura de hierros que alguna vez supo ser una distinguida puerta de entrada a la propiedad. 


Un torrente de imágenes del pasado le recuerdan la opresión del encierro: ¿fue en una prisión?, ¿ en una institución psiquiátrica? Se esfuerza en concentrarse en tiempos más felices, plenos de pasión, junto a su esposa en los inicios de la convivencia matrimonial. Su esfuerzo es débil. Nuevamente todo es oscuridad. Los deseos de convertirse en padres no prosperan y la relación de la joven pareja sufre un cierto desgaste. Ambos son amantes de los animales y varias mascotas parecen cubrir la ausencia de los niños que no llegan a sus vidas. Un enorme y hermoso  gato negro es especialmente apreciado por la joven mujer. Ella se había encariñado con el animal desde el preciso momento que fue abandonado en la entrada de la casona. En su mentalidad, peculiarmente inclinada a las supersticiones, los gatos negros estaban estrechamente ligados a las brujas. Por eso decide llamar Plutón a ese llamativo gato cuyas reacciones y conductas parecen alejada de toda lógica animal. Si bien es cierto que el hombre adoraba a la gran mayoría de los animales, extraños pensamientos, contradictorios y perversos, paulatinamente fueron apropiándose de su sano juicio. La manera como aquel animal lo observaba parecía irritarlo, desorientando su cordura. ¿Acaso lo estaba desafiando con esa mirada firme y punzante? Una fuerza maligna comenzó a crecer en su corazón en proporción a la pérdida de la razón, carcomido por los celos hacia el animal y finalmente, un día que lo cruzó en el jardín, lo sujetó del pescuezo y desató su furia sobre él, clavando su navaja en uno de sus ojos. El gato, desde entonces, fue negro …y tuerto. 

Sin embargo, esa sería la más liviana de las desgracias a producirse en la antigua casona. El nefasto incidente del hombre con Plutón provocó la ira de la esposa y a modo de venganza incrementó los comentarios maliciosos dirigidos a él, en especial los que criticaban su incapacidad para dejarla embarazada . Los reproches, peleas y distanciamientos provocarían las reiteradas visitas de él a los bares del pueblo. 


Una cálida noche, ya ebrio de tantas horas de estar bebiendo con amigos, regresó a su casa tratando de procesar un pensamiento que lo perseguía e inquietaba sobremanera: Esa fuerza oscura y perversa que parecía atormentarlo comenzó a manifestarse casi desde el mismo momento que inició su residencia en la antigua casona. En efecto, cada ciertos intervalos de tiempo, bastante frecuentes, experimentaba la opresión del mal, como si una energía maligna tratara de dominar su voluntad. La presencia del gato negro potenciaba a niveles intolerables las sensaciones de miedo y locura, como si fuese un enviado del mismísimo Satanás. Fue entonces que, procurando dar pruebas de su resistencia ante cualquier energía o entidad siniestra, decidió matar a la mascota favorita de su esposa, porque se había convertido en una amenaza para la supervivencia de su matrimonio .Comenzó a subir la escalera que llevaba a la planta alta con una vela encendida que apenas iluminaba el espacio más inmediato. En la otra mano sujetaba un hacha que casi arrastraba por los escalones. Fue allí cuando sintió que le estrujaban el alma. Perplejo se detuvo a observar los cuadros que adornaban la pared. Eran varias pinturas que retrataban a distintas generaciones pertenecientes a la familia de su esposa. En ellas podían estar los abuelos, los padres, los tíos, los hermanos y los hijos de tales familias. Y en todas las pinturas había sido retratada la misma mascota recibiendo el cariño de aquellas personas: ¡ un gato negro!¿Cómo es posible que no lo hubiera advertido anteriormente? Un siniestro secreto de familia que, paradójicamente, estaba a la vista de quien se detuviera a contemplar la historia familiar. Al intentar avanzar al último escalón sintio enredarse entre sus piernas al oscuro felino lo que casi provoca su caída. Ofuscado por tal situación y aterrorizado por lo que acaba de ver lanzó con todas sus fuerzas un hachazo procurando impactar en el maldito animal que aún permanecía a la espera de su reacción. Desgraciadamente terminó impactando en la cabeza de su mujer, que se había levantado rápidamente de la cama al escuchar ruidos en la escalera, para luego asomarse al pasillo donde acechaba la muerte, que agazapada, esperaba su trofeo, que bien pudo haber sido el hombre si caía por las escaleras, o el gato, resignado ya al hachazo letal. Pero fue la mujer la víctima. Aquel atroz suceso, lo obligó a huir de la casa. Cuanto más se alejaba de ella más impenetrable fue para él acceder a su pasado criminal; un bloqueo mental que derivó en el completo olvido de aquel trágico desenlace y del destino que le había dado al cuerpo de la inocente víctima. 


Pero ahora el hombre estaba de regreso, llamado por un misterioso mensaje de una mujer que aseguraba que su esposa quería comunicarse con él para transmitirle un secreto que se había llevado a la tumba. Resultaba aterrador, y a la vez estimulante por la adrenalina liberada, descubrir, a medida que pasaba más tiempo en la mansión, que la mujer que amaba estaba muerta y que él era el responsable de su muerte. Si era cierto que esa anciana mujer, junto a sus jóvenes asistentes, tenía el don de comunicarse con los muertos, él tendría la oportunidad de revivir ciertos momentos con su esposa, restaurar conversaciones que sobrevolaban en su memoria de manera difusa y lejana, ¡y la posibilidad definitiva de pedirle perdón por el daño irreparable causado! La mujer que decía poder contactar con el más allá de los seres vivos era en verdad una hábil farsante que confiaba en poder sugestionar lo suficiente al viudo para sustraerle valiosa información; códigos ocultos en los recuerdos que pretendía sacar a la luz. Allí justamente residía la gran cuestión que impulsaba a la anciana a montar todo aquel teatro. Alguien la convenció que la joven caída en desgracia era heredera de una gran fortuna familiar y que en algún lugar de la enorme vivienda había ocultado un formidable tesoro. La leyenda elaborada entorno a él  aseveraba que su temprana muerte no le había dado tiempo para disfrutar de tales riquezas. Otras versiones daban por hecho que su esposo sabía de ese tesoro familiar y donde se encontraba oculto. Pero muchas leyendas se basan en mentiras, especulaciones y erróneas interpretaciones. Lo que la falsa médium ignoraba no era solamente que tal fabulosa herencia nunca existió, sino también que ese hombre a quien pensaba manipular ocultaba en verdad un secreto tremendamente oscuro y perverso: el asesinato de su esposa y el ocultamiento de su cuerpo dentro de las gruesas paredes de la mansión. 
La sesión espiritista comenzaba lentamente a crecer en dinamismo e intensidad, creando el clima necesario para lograr el objetivo deseado: la revelación de información valiosa para los propósitos inmorales de la falsa médium. Afuera la tenue lluvia había dado paso a una tormenta con fuertes ráfagas de vientos que sacudían con violencia las ramas de los árboles contra los ventanales, lo que, sumado al incremento de los relámpagos que iluminaban grotescamente los interiores de la antigua casona, generaban sombras y ruidos que ayudaban a ambientar de manera tenebrosa los esfuerzos por invocar el espíritu de la joven fallecida. La anciana mujer debió haber pensado que la naturaleza le estaba brindando una ayuda excepcional para lograr su tan ansiado objetivo. Bien se ha señalado que ella no era realmente alguien con el don de invocar y controlar almas traídas desde otra dimensión. Sin embargo, algo muy extraño, que no llegamos a comprender en su totalidad, ocurrió aquella noche. Ya sea por las fuerzas oscuras que indudablemente residían allí, vaya a saber desde cuándo, y que solían perseguir y atormentar al hombre, ya sea porque algunas de las invocaciones vociferadas por la mujer finalmente tuvieron efecto de convertirse en llaves que abrieron puertas invisibles, lo cierto es que se produjo el encuentro y enfrentamiento entre dos dimensiones, la de los vivos y la de los muertos. La anciana mujer comenzó a sufrir un tipo terrible de conmoción, como si en su interior se hubiera desatado una furiosa lucha entre ángeles  y demonios. De pronto volvió a la calma, permaneciendo por unos segundos con sus ojos cerrados. Al abrirlos fue evidente que ya no era ella la que dominaba su cuerpo:


-Amor mío…¡has regresado a mi lado!


Al oír esas palabras, en un tono de voz que no correspondía al de la anciana, sus asistentes salieron corriendo buscando desesperadamente alguna salida. 


-¡Amada mía! ¿Eres tú realmente? ¿Cómo puedo estar  seguro?


En ese preciso momento una figura fantasmal emergió del cuerpo de la médium, quien permaneció paralizada, con la boca y los ojos abiertos.


-Conservo esto que me has hecho -pronunció el espíritu de la mujer muerta, sin mover los labios y señalando una profunda herida en su cabeza. 


El hombre, de rodillas, estalló en lágrimas y con genuino dolor pidió perdón al fantasma que parecía apiadarse de él.


-Puedo perdonarte, porque te necesito junto a mi…. ¡Pero Plutón no te perdonará no haberme dado descendencia!


-¡Qué! ¿Plutón?


Fue entonces que un poderoso ronroneo estremeció al hombre. Al incorporarse pudo ver al gato negro que lo observaba con su único ojo, sentado en la mesa donde se inició la sesión espiritista. 


-¡Maldito animal del infierno! ¡Te mataré de una vez por…!


No pudo culminar la frase. El gato, poseído por una fuerza y destreza demoníaca, se lanzó al rostro de su presa para clavarle sus afiladas uñas en sus ojos. Fue inútil deshacerse de él. En sus desesperados intentos comenzó a retroceder ciegamente para terminar cayendo por uno de los grandes ventanales. Su cuerpo ya sin vida permaneció varias horas en el jardín de la mansión. Su rostro, lavado por una lluvia que no cesaba, ya no tenía los ojos. Cuando la anciana mujer fue interrogada por la policía sólo atinó a decir que había perdido el conocimiento mientras pretendía efectuar una más de las tantas sesiones especiales que frecuentaba realizar por expreso pedido de los clientes. Pero hubo algo más que llamó la atención de la anciana y que se lo reservó para sí. Notó la presencia del gato negro en todas las pinturas donde cada generación familiar había sido retratada y comprendió enseguida que ese era el más oculto, oscuro y peligroso de los secretos guardados por esa familia. 
Autor: Carlos Eduardo Díaz. Buenos Aires,  Argentina. 

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