El día era desapacible, las pequeñas treguas que daba la lluvia eran como suspiros que mediaban entre un llanto y otro. El cielo lloraba y el día se solidarizó con él y se vistió de un gris plomizo con unas tímidas pinceladas de azules apagados. El invierno con su férrea mano iba desplazando al suave otoño.
Manuela se acerco a la ventana y paseo su mirada por el jardín; «está agonizando el otoño, otro otoño que se va…», pensó con cierta melancolía.
Manuela no era dada a melancolías ni tristezas, pero de repente se sintió descrita en ese paisaje otoñal que se resistía ante lo inevitable. Los árboles que eran despojados de sus vestiduras, el cielo gris, el verde de los prados que daban color y alegría junto con las otoñales hojas de las hortensias que se resistían a partir.
De repente la tristeza la embargo. Se sintió desprotegida, como esos árboles que eran zarandeados por el viento, por el modo injusto que había, era, y seria tratada. Vulnerable y sola, como las ramas de los árboles sin sus hojas; se preguntó si realmente merecía la pena ser buena persona, ya que parece que la vida premia la maldad disfrazada de falsa bondad.
Un profundo abatimiento comenzó a abrirse paso en su pecho causando una opresión que le dificultaba la respiración. Menospreciada, y utilizada por personas en las que había confiado. Decepcionada por haberse equivocado y poner expectativas donde no las había…Defraudada porque con determinados actos le han demostrado que no es merecedora de ser amada. Cansada de tener que reinventarse una y otra vez. Profundamente hastiada de los Peter Pan que la vida se empeñaba en ponerle una y otra vez en su camino…, pero también era como el verde luminoso de los prados, que con su color daba luz al paisaje, o como las hojas de las hortensias que se resistían a la llegada del invierno y continuaban en su sitio dando alegría con sus tonos amarillentos. Aún conservaba ilusión y esperanza en el ser humano.