Grigori Yefímovich Rasputín, también conocido como el monje loco, nació en un pueblo de la Siberia llamado Prokróvskoye, el 21 de enero de 1869. Sus padres eran campesinos ortodoxos y de escasos recursos económicos. Según los historiadores, Rasputín poseía dotes paranormales, bebía con frecuencia y se cree que estaba involucrado en robos, aunque nunca le pillaron con las manos en la masa. Durante un tiempo trabajó como jardinero. No sabía leer ni escribir, pero logró inmiscuirse en las capas más altas de la sociedad rusa. La historia de este místico personaje ruso está llena de anécdotas. Cuentan que su fama empezó cuando tenía doce años. En el pueblo donde vivía surgió una pelea campal entre campesinos. Alguien había robado un caballo de un corral y la gente furiosa buscaba al animal. Cuando entraron a la casa de los padres de Rasputín, vieron a un muchacho tirado en la cama y con una fiebre galopante. Los campesinos expresaron la causa de su visita. De pronto se levantó el jovenzuelo y dijo: «No busquen a nadie, el ladrón está entre ustedes». Y apuntó con el dedo a un campesino, quien se negó rotundamente de ser el ladrón. Entonces los agricultores asombrados le preguntaron de cómo sabía quién era el ladrón, a lo que contestó: «Lo sé con seguridad».
Los visitantes no le dieron mucha importancia y creyeron que estaba alucinando a consecuencia de la fiebre. Luego se marcharon sin encontrar el caballo. Pero algunos lugareños pensaron que podía haber algo de cierto en las palabras del adolescente. Y al despuntar la noche persiguieron al sospechoso campesino. De repente entró a una cabaña y luego salió con el caballo robado. Al día siguiente corrió el rumor, en todo el pueblo, que Rasputín era adivino. Se hizo famoso en su pueblo, y confiado en su reputación comenzó a predecir a diestra y siniestra. Lo cierto es que en aquellos tiempos, los rusos eran muy supersticiosos y se dejaban influir por todo lo místico. La superstición era parte de la vida cotidiana.
Rasputín tenía un apetito sexual voraz y dicen que sus métodos de conquista eran cada vez más groseros y vulgares. Al mismo tiempo se interesó, desde muy joven, por la religión. Empezó a visitar iglesias y monasterios, pero la gente cuestionaba esa contradicción en su comportamiento. A los 18 años ingresó a una secta religiosa erótica de nombre «Los flagelantes» (Khlysty). Los miembros de esta secta adoraban a los dioses del placer y la pasión. Creían que el arrepentimiento se alcanzaba mediante el pecado y practicaban orgías con frecuencia. Según el dogma de «Los flagelantes», el orgasmo es el momento «en el que el espíritu santo se posa sobre los hombres». Pero Rasputín dio señales de buen comportamiento cuando anunció su boda con Praskovya Fyodorovna, en 1889. El matrimonio parecía ser feliz y empezó a trabajar en el campo. Nace su primer hijo Dimitrij. Después de un tiempo nacen sus hijas María y Varvara. Tres años más tarde nace un cuarto hijo con señales de retraso mental. El cruel destino hizo conocer a la familia campesina otra tragedia: muere su hijo mayor. Rasputín atraviesa momentos de profundo dolor que desembocaron en el alcohol y en el distanciamiento de su familia. Un cierto día, después de haber trabajado en el campo, Rasputín volvió a casa y contó a su mujer que mientras trabajaba, de pronto, se le presentó un ángel y le aconsejó que se vaya de peregrinaje. Este hecho fue el pretexto para abandonar a su familia. Y empezó a hacer caminatas por los pueblos de Rusia, rezando oraciones y viviendo de la caridad. Para dar un aspecto de hombre santo, utilizaba una vestimenta de sacerdote de pueblo. Se dejó crecer una barba espesa y el pelo le llegaba hasta los hombros. Además su fuerte personalidad, su carisma y su gran capacidad oratoria capaz de convencer a cualquier persona contribuyó a su popularidad. Después de dos años de peregrinaje volvió a su pueblo. La gente observaba un notable cambio en Rasputín. Ya no era ese hombre que carecía de educación. Ahora lo miraban como a un hombre santo rodeado de misticismo. Y se convirtió en el Mesías del pueblo, pero la vida en una pequeña aldea ya no le gustaba y decidió marcharse a San Petersburgo como el Padre Grigori, oriundo de Siberia. Allí oraba en todas partes y su fama fue creciendo más y más. El ocultismo, lo místico estaba de moda en San Petersburgo y este hecho le caía como anillo al dedo. Lo esperaban con los brazos abiertos. Todas las damas de la alta sociedad rusa querían encontrarse con el hombre de poderes sobrenaturales.
Rasputín sanó a una mujer de sus crónicos dolores de cabeza. Hizo lo que ningún médico había logrado en mucho tiempo. Gracias a su carisma y verborrea lograba influir en una persona hasta hipnotizarla. Y, como resultado, conseguía logros que lo situaba en el pedestal más alto de los místicos rusos. Algunas damas se enamoraban de él, pese a su vestimenta y aspecto descuidado. Lo comparaban con Cristo, le hacían generosos obsequios y creían que era el salvador de todas las enfermedades. El padre Gregori aprovechó al máximo su fama, respeto y admiración a su persona. En sus «tratamientos médicos» incluía lo sexual. Era considerado hombre santo y la mujer que se unía a él, en cuerpo y alma, recibía una parte de su santidad. Para seducir a las damas aplicaba muy sutilmente una filosofía que le permitía tener actos sexuales con diferentes mujeres. Decía que para ser absuelto de un pecado, había que pecar primero. Este proceso se daba, según él, en tres formas: el pecado, el perdón y la salvación.
El momento más importante en su vida ocurrió a sus 35 años, cuando visitó, por primera vez, a los emperadores de Rusia, Alexandra Fedorovna y Nicolás II. Se presentó en el palacio con su ropa sucia y dicen que sus botas dejaban huellas de barro al caminar. Cuando se dirigió a los monarcas no utilizó la palabra majestad. Le dijo madre a Alexandra y padre a Nicolás. De algún modo esas palabras causaron un sentimiento de cariño en los jefes supremos del imperio Ruso. Rasputín venía del pueblo y los emperadores querían sentirse padres del pueblo. Y aceptaron, de mil amores, al forastero con fama de ahuyentar enfermedades. A partir de este momento empezó a frecuentar en el Palacio Tsarskoje Selo. Se quitó la bata de cura y comenzó a enrolarse con las damas de la aristocracia rusa.
La zarina Alexandra, se puso muy contenta al enterarse que ese hombre de aspecto descuidado era un curandero por excelencia. El hijo de la zarina, Alexej, adolecía de hemofilia. Un día tuvo una terrible hemorragia. Alexandra en su desesperación llamó a Rasputín. Apenas llegó al Palacio, se dirigió a la cama donde se encontraba Alexej, le tocó suavemente el cuerpo y susurró oraciones en voz baja. Al poco tiempo se hizo el milagro. La hemorragia desapareció y la vida de Alexej estaba salvada. Para la zarina Alexandra no cabía duda que Rasputín, con este milagroso hecho, había confirmado su santidad. Y, por lo tanto, se merecía veneración. Como recompensa recibió muchos regalos de la familia imperial.
Rasputín tenía dos personalidades. Por un lado, era un hombre santo, curandero de enfermedades y se mostraba como un dios ante la familia imperial. Por otro lado, era alcohólico, un depravado sexual y seducía a las damas de la alta sociedad rusa para que sean partícipes de orgías. La escritora rusa, Marina Kostritzina, escribió: «Rasputín lo tuvo todo: sexo, relaciones notables, influencia, dinero, fama, amigos, enemigos, acceso al poder y amoríos. Mientras que para los monárquicos fue el causante de la quiebra de la familia imperial, los partidos políticos opositores al régimen opinaban que su figura simbolizaba el deterioro definitivo de la realeza y veían en él, la suma de sus arbitrariedades y defectos».